¿Acaso el mundo no es sino la sombra de una nube que, no bien el hambriento de sombra la anhela, se disuelve…? (Ibn al-Mu'tazz)



lunes, 31 de octubre de 2011

Ghazal de las moradas



¿Quién clausuró las puertas de las casas?
Durante siglos nuestros padres entraban y salían de ellas
y cualquier vecino podía acercarse hasta el fogón o el tálamo
a compartir el alimento o a visitar al anciano que descontaba sus días.

Las puertas solo eran para sujetar los rigores del día y de la noche
y preservar las chácharas de los ojos y oídos indiscretos,
no para proteger bienes ni tesoros que nadie poseía.

¿Quién se acuerda hoy de los invasores?
Llegaron un día para desposeernos de lo más valioso:
la fuerza del trabajo y la fuente que da la vida,
pero algunos de aquellos se quedaron porque, dijeron,
no somos todos iguales y nosotros no venimos a expulsaros
 ni a robar vuestro esfuerzo ni a desposeeros de vuestros hijos.

Eso dijeron no solo con la voz sensata sino con la intención del corazón.
Yo soy uno de aquellos que nadie distinguiría hoy día como el bárbaro:
he hecho oficio del noble arte de la forja
y he heredado la historia que me relataron quienes me acogieron
como si la hubiera vivido durante generaciones en este mismo suelo.

Esto me contó un artesano que conocí en mi entretenido caminar
por las cálidas callejuelas de la ciudad antigua.
Ciudad donde la sorpresa arropa al viajero
dibujando signos del alma en la puerta de cada morada.  



lunes, 17 de octubre de 2011

Ghazal de los colores



Los colores de las ciudades se impregnan de la tierra
y con ellos el olor y la algarabía que se nutren del mercadeo y la farándula.
Paren el carácter de las ciudades al contentar los rostros
y suavizar la aflicción de los corazones.

He compartido las risas de las gentes
cuando las circunstancias les han hecho levemente felices.
He pulsado el dolor al escuchar los latidos
que golpeaban desesperados los muros de cal.
He mirado con firmeza a los ojos de los hombres aguerridos
y con compasión los de los pusilánimes.
He respirado el almizcle de las tiendas callejeras
y sentido el deleite de los aromas desprendidos de los fogones.
Incluso he huido del hedor de los desagües
que también son expresión de vida.
Pero nada ha llenado tanto mi ser como el color
que hacía nuevo el paisaje de los días. 

Al levantarme por la mañana los colores de las ciudades
despiertan de su somnolencia lentos y expectantes
y al ocaso se diluyen entre tinieblas
hasta agotarse en las tonalidades que beben de la tierra.

Nadie permanece al margen del abanico de matices,
como nadie puede evitar que la alegría estimule los cuerpos,
que las necesidades prendan el ingenio o que las lágrimas rebañen las heridas.

Ella caminaba por azar y se detuvo.

¿Por qué has levantado tu mirada a mi paso
si soy un simple advenedizo?
¿Con qué perfume y qué luz pretendes cubrir en un instante mi deseo?
¿Por qué haces ceder mi resistencia?
No contengas tu palabra aunque hable por tus ojos.


viernes, 14 de octubre de 2011

Ghazal de las ciudades



¿Quién puede ignorar aún cómo se han levantado las ciudades?

Que nadie diga nunca que las puso el cielo 
o que surgieron por la providencia de la tierra.

El cielo las da cobijo y el suelo las sostiene.
Pero sin las manos de los arquitectos y de los albañiles
no hubieran pasado de ser un manojo de chozas.

¿Se han hecho las ciudades para la vida o para el desfile de la muerte?
Hay tiempos en que fluye la artesanía y las ciudades crecen.
En su florecimiento alcanzan su cénit.
Hay tiempos en que las armas desplazan al comercio y las urbes merman.
En su ocaso sólo se hace presente la desgracia.

Algunos dicen que los desfiles son expresiones de la fuerza,
que la fuerza es necesaria para la seguridad de sus habitantes
y que exhibe la pujanza y la capacidad de poder.
Pero mantener los ejércitos ¿nos asegura el futuro?
Emprender invasiones ¿protege nuestras vidas?
Hubo ciudades que crecieron hasta ser Estados
y Estados que se convirtieron en imperios. ¿Ha sobrevivido alguno de ellos?
Ved que sus ruinas permanecen por doquier a nuestros ojos
y  la congoja de los albañiles gime todavía sobre los basamentos.

Cuando en mis viajes visito los restos del olvido
hablo con las estatuas derribadas y escucho su voz agónica:
aún estáis a tiempo de no perecer como nosotras.




viernes, 7 de octubre de 2011

Ghazal del alfarero




¿Por qué parece que a través de los objetos más elementales y sencillos
estuviera llegándonos todo el universo?

¿Acaso por los brazos que recogieron la arcilla?
¿Por las manos que moldearon el cuenco? ¿Por los pies
que pedalearon el torno? ¿Por los años de cerviz inclinada
hasta la descomposición de los huesos?

No solo a través de la imaginación y la habilidad del artesano
se nos llenan las manos de cielo.
Sino también a causa de sus ojos.
La mirada que viaja a las noches abiertas
y arrebata su materia a los planetas
uno a uno
hasta colgarlos de tu frente, amada mía.