¿Acaso el mundo no es sino la sombra de una nube que, no bien el hambriento de sombra la anhela, se disuelve…? (Ibn al-Mu'tazz)



jueves, 29 de diciembre de 2011

Ghazal de las cenizas



El sol caminaba hacia el cénit del día.
En mi paseo di con un solar donde unos albañiles
apuntalaban un edificio maltrecho.

Aquí se acumularon muchos libros, me dijeron.
Pero un descuido prendió sus anaqueles
y el fuego abatió también las huellas del saber acumulado.

Reconozco que aquella novedad hirió mi alma.
¿Cómo se reconocerán los habitantes de la ciudad,
me pregunté, si de su herencia quedan ahora solo cenizas?

Cogí al azar uno de los textos demediados y maltrechos.
Las llamas había devorado el nombre de su autor
pero su obra era transparente y así escuché aquellas palabras:

Ese palmo de tierra bajo tus pies es tu propiedad.
Esa luz que te permite leer no rinde tus ojos a la ceguera.
Esa nube pasajera alivia tu camino.
Ese aire que sopla remueve tu cuerpo y con él tus pensamientos.
El agua de esa fuente limpia tus impurezas.
Y los ojos que se fijan en los tuyos toman algo de ti
y si tú los correspondes calmarán tu inquietud.
¿De qué te quejas si la vida se te entrega en toda su bondad?
Sé generoso con los elementos
pues ellos podrían prescindir de ti y seguirían siendo.
Pero tú los necesitas para ser tú mismo.

Sentí como verdad revelada aquellas palabras
y percibí que no hay otra verdad sino la que se comprueba,
aquella que la naturaleza concede y se debe aceptar.
Aquella que transforma nuestro saber
y con el saber se crecen nuestras vidas.  

Agradecí al infortunio el encuentro con aquellas cenizas
y acaricié las páginas salvadas como un amante acaricia
a la mujer que se instala en su goce.
 



sábado, 17 de diciembre de 2011

Ghazal de la aguadora



Cuando el empedrado de nubes del amanecer se disipa
y la luz y las voces se hacen más enérgicas
la ciudad se edifica en sus quehaceres.
Día a día nace nueva, día a día abraza a sus moradorers, día a día envejece.

Las mujeres aguadoras regresan de las albercas donde llenan sus cántaros
y entre ellas intercambian sus cantos y sus guiños.
Las he visto en corros aprovisionándose con el tesoro de la tierra y del cielo.
El que sacia y refuerza. El que aligera y consagra.
El que recorre los rincones del cuerpo y purifica.

Ella estaba allí surgiendo del enigma.
 ¿Por qué te arrebatas ante mi presencia?
¿No ves que tu cántaro se desborda?
¿Qué fuerza hay en ti que las risas de tus compañeras no desvían tu desafío?
¿Qué pasión te consume que contrapones el fuego al agua?

Una voz oculta se abre paso con una letra que se extiende y canta:

No dejes que tu alcarraza se desborde.
Si él es a quien buscas ofrécele tu agua y que la pruebe contigo
pues el agua es un regalo que abre los otros dones.
Bríndasela, gacela, en las palmas de tu mano
y él beberá ansioso y torpe, pero sumiso,
y así habrás logrado amansar a la fiera que te acecha.

Ella se sintió aludida y sin dejar de mirarme
se resguardó entre el grupo que acompañaba el canto.
Y yo quedé confuso y extraviado.


lunes, 12 de diciembre de 2011

Ghazal del sueño turbio



Hay noches umbrosas que dejan el cuerpo maltrecho
y el espíritu no se encuentra en libertad.
Noches como ésta en que las sombras se han apostado entre los sueños
haciendo derivar mis sentidos y tornándome ausente,
entregado a las visiones más confusas y a la más temida ansiedad.

Mas todo cerco al alma es también una llamada a la conciencia.
Fueran avisos del destino o simples visiones de extravío
varios ojos me han perseguido obsesivos durante todo el arrebato
mientras sus cuerpos permanecían desvanecidos e invisibles.

La mirada encendida de las tres mujeres ha girado
en torno a mi carne encadenada y agostada por la fiebre.
Ojos que se han ofrecido como danzantes sagrados
invitándome a un extraño quebrantamiento purificador.

Sobrevolando mi figura empequeñecida y rígida
han descendido virulentos y procaces sobre mis vísceras.
Sentí su incisión y la angustia por no poder protegerme de su ataque.

Un nombre lejano fue pronunciado de pronto
en medio de la turbiedad
haciendo añicos las vidriosas miradas de los espectros.




*Fotografía de Angèle Etoundi Essamba

martes, 29 de noviembre de 2011

Ghazal del burdel



Mas las dudas me asaltaron. El cuerpo, ¿es el mensajero o el destino?
¿Es el que espera o el que solicita?
¿El que se aposenta en la virtud o el que cede a las debilidades?
Incitado por las celadas de la vida, ¿se contrae o se expansiona?

Aquella sombra profética desaparecida en las tinieblas
no había detenido el rumbo de mis pasos.
Caminé largo rato aireando mis soledades
a través de pasadizos mortecinos y callejones angulosos
que solo los osados o los desesperados tientan en sus desvaríos imprudentes.

Penetré en la zona prohibida a los bienpensantes,
la reserva cuyo nombre no debe pronunciarse nunca en voz alta,
y vadeé los márgenes vedados a la moral al uso.
Allá donde la transgresión se convierte en otro rostro
y la ansiedad, la compañía y el amor tienen un precio.

La taberna se infestaba de voces, pero también se hacían hueco los silencios.
Fue en aquel rincón donde volví a verte, aislada y ausente.
Cuando las demás mujeres se hacían notar y provocaban a los hombres
tú disimulabas y callabas.
Cuando otras se ofrecían con insistencia y descaro
tú veías la manera de pasar desapercibida.
Cuando ellas, burdas y tentadoras, exhibían la forma de sus contornos
tú te recogías con pudor.
Tu presencia era extraña al lugar y caí en la confusión.
Me pregunté si no sería ensoñación, derivada del vino catado.

Apartaste los cabellos de tu cara y me miraste como en aquel encuentro fugaz.
Con discreción me acerqué hasta tu lado.
Tu mirada era ajena al entorno y la sentí atroz como un dardo.
Algo nos expulsaba de aquel lugar a los dos y apenas logré balbucear:
Dime, ¿quién de las tres mujeres eres: la de aquella mañana soleada,
 la que hace un rato ha salido a mi paso a advertirme
o la que se abandona en este antro al mejor postor?

Ninguna de esas tres mujeres existimos, contestaste delicadamente.
Las tres estamos dentro de ti, porque somos la voz que te recorre
hasta que encuentres el modo de pronunciarte y decidir tu destino.


domingo, 13 de noviembre de 2011

Ghazal del oráculo



Caminaba yo al anochecer entre las callejuelas retorcidas
donde más que en ninguna parte la vida es azar
y la ciudad se hunde olvidada por los próceres.

Al girar una esquina aquella mujer se postró ante quienes transitábamos.
¿Era la intérprete de un oráculo o solo hacía teatro
implorando con disimulo la limosna? 

Llegarán los días del vacío, dijo con voz rabiosa.
Debéis recogeros y concentraros en el conocimiento que os fue dado.
La fuerza debe preservarse entre los muros de vuestro cuerpo.
El cuerpo es el todo de vosotros mismos.
No solo es medio, soporte o accidente.
El cuerpo es el ámbito.
El espacio donde percibís la vida que os ha sido dada.
Donde se manifiestan vuestras aptitudes y vuestras deficiencias.
Donde empieza todo lo posible y donde se agota la capacidad.
Pero no solamente es geografía ni perímetro.
Es movimiento, es transformación, es desdoblamiento.
Es llamada en la noche, grito al amanecer, silencio en la pulsión.
Es esencia.

Nadie más se quedó allí. Admito que me invadió el desasosiego.
Cuando traté de dirigirme hacia la mujer
para que me aclarara sus palabras dio media vuelta
y la oscuridad la volvió invisible.



*Cuadro de Mariano Bertuchi

lunes, 31 de octubre de 2011

Ghazal de las moradas



¿Quién clausuró las puertas de las casas?
Durante siglos nuestros padres entraban y salían de ellas
y cualquier vecino podía acercarse hasta el fogón o el tálamo
a compartir el alimento o a visitar al anciano que descontaba sus días.

Las puertas solo eran para sujetar los rigores del día y de la noche
y preservar las chácharas de los ojos y oídos indiscretos,
no para proteger bienes ni tesoros que nadie poseía.

¿Quién se acuerda hoy de los invasores?
Llegaron un día para desposeernos de lo más valioso:
la fuerza del trabajo y la fuente que da la vida,
pero algunos de aquellos se quedaron porque, dijeron,
no somos todos iguales y nosotros no venimos a expulsaros
 ni a robar vuestro esfuerzo ni a desposeeros de vuestros hijos.

Eso dijeron no solo con la voz sensata sino con la intención del corazón.
Yo soy uno de aquellos que nadie distinguiría hoy día como el bárbaro:
he hecho oficio del noble arte de la forja
y he heredado la historia que me relataron quienes me acogieron
como si la hubiera vivido durante generaciones en este mismo suelo.

Esto me contó un artesano que conocí en mi entretenido caminar
por las cálidas callejuelas de la ciudad antigua.
Ciudad donde la sorpresa arropa al viajero
dibujando signos del alma en la puerta de cada morada.  



lunes, 17 de octubre de 2011

Ghazal de los colores



Los colores de las ciudades se impregnan de la tierra
y con ellos el olor y la algarabía que se nutren del mercadeo y la farándula.
Paren el carácter de las ciudades al contentar los rostros
y suavizar la aflicción de los corazones.

He compartido las risas de las gentes
cuando las circunstancias les han hecho levemente felices.
He pulsado el dolor al escuchar los latidos
que golpeaban desesperados los muros de cal.
He mirado con firmeza a los ojos de los hombres aguerridos
y con compasión los de los pusilánimes.
He respirado el almizcle de las tiendas callejeras
y sentido el deleite de los aromas desprendidos de los fogones.
Incluso he huido del hedor de los desagües
que también son expresión de vida.
Pero nada ha llenado tanto mi ser como el color
que hacía nuevo el paisaje de los días. 

Al levantarme por la mañana los colores de las ciudades
despiertan de su somnolencia lentos y expectantes
y al ocaso se diluyen entre tinieblas
hasta agotarse en las tonalidades que beben de la tierra.

Nadie permanece al margen del abanico de matices,
como nadie puede evitar que la alegría estimule los cuerpos,
que las necesidades prendan el ingenio o que las lágrimas rebañen las heridas.

Ella caminaba por azar y se detuvo.

¿Por qué has levantado tu mirada a mi paso
si soy un simple advenedizo?
¿Con qué perfume y qué luz pretendes cubrir en un instante mi deseo?
¿Por qué haces ceder mi resistencia?
No contengas tu palabra aunque hable por tus ojos.


viernes, 14 de octubre de 2011

Ghazal de las ciudades



¿Quién puede ignorar aún cómo se han levantado las ciudades?

Que nadie diga nunca que las puso el cielo 
o que surgieron por la providencia de la tierra.

El cielo las da cobijo y el suelo las sostiene.
Pero sin las manos de los arquitectos y de los albañiles
no hubieran pasado de ser un manojo de chozas.

¿Se han hecho las ciudades para la vida o para el desfile de la muerte?
Hay tiempos en que fluye la artesanía y las ciudades crecen.
En su florecimiento alcanzan su cénit.
Hay tiempos en que las armas desplazan al comercio y las urbes merman.
En su ocaso sólo se hace presente la desgracia.

Algunos dicen que los desfiles son expresiones de la fuerza,
que la fuerza es necesaria para la seguridad de sus habitantes
y que exhibe la pujanza y la capacidad de poder.
Pero mantener los ejércitos ¿nos asegura el futuro?
Emprender invasiones ¿protege nuestras vidas?
Hubo ciudades que crecieron hasta ser Estados
y Estados que se convirtieron en imperios. ¿Ha sobrevivido alguno de ellos?
Ved que sus ruinas permanecen por doquier a nuestros ojos
y  la congoja de los albañiles gime todavía sobre los basamentos.

Cuando en mis viajes visito los restos del olvido
hablo con las estatuas derribadas y escucho su voz agónica:
aún estáis a tiempo de no perecer como nosotras.




viernes, 7 de octubre de 2011

Ghazal del alfarero




¿Por qué parece que a través de los objetos más elementales y sencillos
estuviera llegándonos todo el universo?

¿Acaso por los brazos que recogieron la arcilla?
¿Por las manos que moldearon el cuenco? ¿Por los pies
que pedalearon el torno? ¿Por los años de cerviz inclinada
hasta la descomposición de los huesos?

No solo a través de la imaginación y la habilidad del artesano
se nos llenan las manos de cielo.
Sino también a causa de sus ojos.
La mirada que viaja a las noches abiertas
y arrebata su materia a los planetas
uno a uno
hasta colgarlos de tu frente, amada mía.


martes, 13 de septiembre de 2011

Las dudas del inicio



Aunque el maestro haya estimulado mi mano

y puesto alas a mis pensamientos, ¿por dónde empezar a escribir?

Multitud de imágenes me persiguen, unas lejanas en el tiempo
y otras agitadas entre el curso de los días que nos ocupan.
¿Qué debo relatar que merezca la pena y nutra mi imaginación?
¿Los recuerdos placenteros que rescatamos de un mundo que desapareció?
Demasiado bellos para no mancharlos con la tinta de la distancia.
¿Debo escribir sobre los acontecimientos vividos por las gentes,
tras conocer la angustia de sus esfuerzos y los sinsabores de sus fracasos?
Agradecerían que alguien hablara por ellos con cualidad profética
para saber y comprensión de las generaciones venideras.
¿Me pongo a narrar simplemente  las historias que ya se han contado,
aquéllas que me cautivaron de boca de los viajeros en tránsito?
Sería reescribir sobre lo sabido y divagar
aunque la tentación de recrear historias ya descritas sea fuerte.
¿O mi intención debe fluir como lo espontáneo,
copiando de la inercia del aire,
de la volatilidad de las semillas y del modesto flujo de las acequias?

Cuesta despertar cada mañana haciendo como que la vida no nos afectara.
Acaso escribir sea vivir paralelamente y derivar a través de las palabras
la energía y la violencia que se rozan en nuestro interior.

Lo fácil sería callar o hablar del silencio,
como hacen quienes ponen el cálamo al servicio de los poderosos.
Mas, ¿cómo reconduciría el desorden de las letras que hierven dentro de mí?

 


*Imagen de Manuel Boix

martes, 30 de agosto de 2011

En pos de las palabras



Coger el cálamo es fácil, disponer la tinta y el pliego está al alcance,

pero me avergüenza la traición de la mente en blanco.

¿Cómo empezar, pues,  a escribir, venerable,
sin que me acose la desazón por la palabra que no fluye?

No esperándola, responde el anciano. Escuchando sin prisas
el rumor que bulle en ti desde tus orígenes y que contienes a duras penas.
Mirando la lejanía como si estuviera a tu alcance
y alejando lo inmediato hasta que se revele su dimensión.
Contemplando el paisaje como si fuera el pequeño espacio de tu casa
y parando en tu morada como si se tratase de la extensión del campo abierto.
Ignorando las horas y negando los días.

Pero entre tanta vorágine del mundo, maestro, ¿cómo concentrame?

Ahuyenta las voces que gritan estruendosas y no dicen,
las lágrimas que exageradas corren y no sienten,
las quejas que tensan y no aplacan,
los silencios que parecen clamor y son vacíos.

Y si a pesar de tus sabias instrucciones mi mano queda en alto,
¿cómo no desesperar ni rendirme a la impotencia?

No te importe tanto el acto de coger la caña, mi joven amigo,
sino los garabatos de la mente y los trazos de la memoria.
Emborrona el rincón donde se acumulan tus pensamientos.
Deja que se aireen las ocurrencias que te parecen inconexas.

Abandoné los útiles a un lado y miré las palmas de mis manos abiertas,
invocando el instante, anhelando la inspiración.


sábado, 20 de agosto de 2011

Presencias lejanas


Me dirijo a ti, la gran ausente de mi infancia pero no la olvidada

de los juegos cómplices en el hammán.

Aquel apartamiento hacia la penumbra celado a otros ojos,
allí donde nuestras miradas se tocaban y nuestros dedos gozosos observaban
los espacios diferentes de los dos cuerpos sobre los que queríamos saber.

¿Recuerdas, niña,  cuando pulsaste traviesamente  mis labios
y yo apenas rocé tu torso ligeramente ondulado?

Fue un disimulo que se repitió muchas veces,
mientras no cesábamos de volcar morosamente sobre nuestras cabezas
aquel rocío de la fuente que nos atraía sin que nadie se apercibiera.

¿Recuerdas, niña, que yo dibujaba en tus brazos letras imaginarias
y tú cubrías los míos con serpientes que no terminaban de enroscarse jamás?

¿Recuerdas, presencia lejana, el intercambio de símbolos,
aquel sol, aquella luna, aquellas estrellas que desparramábamos
con el jarro insaciable de nuestra curiosidad?

Fue un baile repetido un día tras otro,
y una mañana y otra ansiábamos el encuentro lúdico,
y una y otra vez alternábamos la iniciativa hasta aquella jornada maldita
en que una de las manos quedó huérfana de su caligrafía de caricias.  

Me duele recordar aún tu partida y mi vacío entre el agua que se perdía,
inútil e insensatamente, a mis pies.  



miércoles, 17 de agosto de 2011

Las dudas del hastío



¿Hay otro mundo en éste donde se pueda nacer de otra manera?,

pregunté al anciano que me observaba con gesto de sarcasmo.

Un recorrido que te convierta en viajero aunque no viajes.
Un oficio que te haga más hábil aunque no ejercites.
Una fortuna de la que vivas sin que te deslumbre su brillo.
Un arrebato en que la belleza te recorra si bien se evapore.
Un sosiego que te prolongue los días aunque te acechen.

Su respuesta fue cauta pero tajante: nacer no puedes
de nuevo, pero sí hacer de cada jornada un desafío.

Parar las acechanzas tan pronto como las veas venir.
Abrirte para que la belleza te tome y quede satisfecha dentro de ti.
Poseer lo justo para satisfacer lo imprescindible.
Creer en tus manos para que puedas decir que lo que haces es tu obra.
Hacer volar la imaginación para que percibas lo que otros no ven
y sueñes lo que otros son incapaces de volar.

¿Significa eso, hombre sabio, que no es imprescindible partir
hacia los territorios desconocidos más allá de nuestro Imperio?

Significa, joven audaz, que lo desconocido lo tienes al alcance
allí donde te encuentres. Que desgastar tus pies
y agitar tu nervio por otras extensiones pueden desplegar caminos,
pero no abrirán por eso las regiones de tus entrañas.

Miré su cálamo fijamente y él entendió mi solicitud.




* Dibujo de Mariano Fortuny

miércoles, 3 de agosto de 2011

Las preguntas del ojo



La escala de los acontecimientos narrados continuaba

a través de la música de las edades y de los entusiasmos.

Cuanto oíamos entre abluciones y juegos volaría muchos años después
de generación en generación, y se extraviaría, y se alteraría
hasta convertirse en relatos nuevos, mientras lo primario seria un eco.

Aquellas confidencias no eran solamente para el oído vigía
y a su sombra el ojo también preguntaba, el corazón también soñaba, 
y las voces se desplegaban a través de todos nuestros sentidos
porque todo hablaba por revelaciones en el hamman:
las sinuosas caídas de los cuerpos femeninos, sus oscuras heridas,
la fertilidad de los torsos, el dúctil despliegue de movimientos imprevistos
y aquellos ojos múltiples que salpicaban de destellos el guiño de luces
que atravesaba la gran mansión del agua y del éter.

Apenas se entonaban preguntas, porque cuanto nos poseía era una materia
anterior a la curiosidad que no tenía nombre
anterior al desasosiego que no tenía origen
anterior al curso de las venas que no conocían su fluctuación.

Fui feliz, madre, mientras me llevaste a aquella iniciación a la pureza
a la que jamás supe retornar.




* Imagen de Shirin Neshat.

sábado, 30 de julio de 2011

Reescrituras




Me acerqué hasta el anciano mientras dormitaba apacible.

De sus manos deformes y rígidas escapaban algunos pliegos
que recitaban episodios de su vida dilatada y que reescribía.

Yo le había visto memorizar textos en varias ocasiones,
y cambiar, si lo consideraba, el sentido y la intención.
Un escrito es como el aire que expelemos, llegó a decirme una vez,
y del mismo modo que no hay una respiración para siempre
no hay un solo ejercicio transcrito para siempre. 

En mi imprudencia enderecé entre mis dedos aquellos papeles
que sujetaba firmemente  y leí con asombro:

Di que vienes a mí como el primer día.
Abundante y ligera como el primer día.
Luminosa y alegre como el primer día.
Como el primer día iniciaremos el camino que acaba con el mismo sol
y se reanuda a través de la aurora siguiente.
Cada jornada es única, mas también eterna.
Sé que vienes a mí, tú la imprescindible.

La posición de su regazo caído impidió que prosiguiera la lectura.
El gozo acarició mi pecho y sentí al hombre irrenunciable.
Del que él era portador. Del que yo pretendía aprender.





* Imagen de Manuel Boix. http://www.manuelboix.com/ 

lunes, 25 de julio de 2011

Los primeros relatos



Fue de boca de aquellas mujeres arrebatadas en su desnudez

cuando escuché los primeros relatos cautivadores,
los que recitaban en voz baja y atendíamos simuladamente los críos
como si no fuera con nosotros el grandioso desfile de las palabras entonadas.

Ay, aquellas crónicas impregnadas del vivir
cuyos significados apenas nos rozaban.
Se deslizaban a través de nuestros oídos hasta afincarse
en las estancias más profundas de las mentes
y, como luego supimos, en los humedales de nuestros deseos.

Suponíamos, al advertir el misterio de su narración,
que la vida estaba plagada de aventuras extraordinarias
que los caminos no eran rotundamente ni llanos ni agrestes
que las noches no siempre eran tenebrosas
si se sabía andar con paso decidido.

Las mujeres que habían sido madres y las mujeres
que habían dejado de ser niñas competían
acerca del interés por sus historias:
anécdotas de  mercaderes prósperos que se desplazaban
en caravanas, gestas de guerreros que tras su aparente ferocidad
procuraban asentar el sentido de la justicia, decires sobre arquitectos
que habían levantado ciudades esplendorosas y deslumbrantes,
relatos de escribientes de quienes se decía que eran capaces
de transformar cada acontecimiento con el giro asombroso de sus palabras,
advertencias sobre hombres que enamoraban a mujeres y las abandonaban
o  sobre mujeres que se prendían de otras mujeres
huyendo de la fatalidad y el rigor de sus matrimonios.

Lugar propicio aquella esfera que nos cubría
hasta vivir dos veces
hasta soñar dos veces
hasta agitar los anhelos más ocultos, aún indescifrables.





* Fotografía de Shirin Neshat




domingo, 24 de julio de 2011

Impaciencia


Quise como el anciano recapacitar acerca de la vida

bajo la frondosa generosidad del árbol y del cielo.

Pero, ¿qué podía yo meditar si aún mis días eran breves,
mis pasos cortos y mis miradas rápidas?
¿Cómo podía ponerme a pensar si despreciaba mi origen,
huía de la niñez y me dejaba arrastrar por la indolencia
que atenaza los años juveniles como si fuera el último instante?

Me vio en aquella actitud el anciano y fue contundente:
esto que va,  esto que viene, me dijo.

Cuando sientas ganas de llorar, llora, porque su necesidad te reclama.
Cuando desees reír, no te contengas y otorga valor a cada carcajada
que brota irreverente y audaz desde tu pecho.
Cuando el grito de tu bragadura te desboque
busca la mujer que te nombra desde el silencio y el deseo.
Cuando la pasión de tus manos  se vuelva imparable
entrégate al oficio y a la imaginación que te proporciona el sentido. 
Cuando prefieras soñar, no te contengas y date a la lasitud
como si se tratara del final de tu cabalgada.

Días llegarán en que por inercia meditarás bajo una sombra fértil,
cuando las sacudidas de tu ansia hayan sido calmadas.  


jueves, 21 de julio de 2011

La pregunta secreta



Con la primera mirada se deslizaba la primera pregunta.

Había curiosidad entre las espumas y el olor de los aceites.
Los cuerpos se impregnaban de sustancias que se extendían
hasta el fondo de los rincones y ascendían arañando la bóveda.
Descubrí los aromas a la vez que no podía apartar la vista
de los accidentes menudos de los cuerpos.

Me hiciste ver que el baño no era algo que afectaba exclusivamente
a la piel, y me decías que cada gota de agua,
cada sustancia que pulía nuestros torsos y acariciaba nuestras extremidades
abrían las puertas del más allá de los cuerpos visibles.
Y que el contraste de lo cálido y lo templado recorría
un camino de vericuetos que sólo se percibían muy dentro de cada uno.

Mas yo no podía desviar la mirada ni dejar de hacer la pregunta
secreta, la que dilató mi descubrimiento,
aquella que prolongó el encantamiento de una sensación confusa
y me hizo saber qué significaba estremecerse.


 


* La imagen pertenece a Shirin Neshat



lunes, 18 de julio de 2011

La higuera



Hallé al poeta anciano sentado debajo de la higuera.

En mi inocencia le pregunté qué hacía allí en soledad
mientras los demás venerables se hallaban a las puertas de sus casas
si para comer las brevas bastaba con llevárselas
si para tener sombra era suficiente el toldo de la calle principal
si para escribir poemas cualquier lugar era más cómodo
para extender el cálamo y el pliego
si para agotar los días era suficiente una apacible compañía.

El anciano poeta me miró desde sus ojos turbios
y permaneció en un recogido silencio. Luego balbuceó con lentitud:

no pretendo acompañamiento alguno pues los días pasados son mi séquito
ni busco bajo este árbol dadivoso el cálamo
ya que su savia escribe acerca de los hombres mejor que mi tinta
ni me interesa la ficticia sombra de las tiendas que borra la llama cenital
que aún me permite ver mis límites
y puesto que a mi edad he saboreado todos los frutos del árbol y del cuerpo
no requiero de otro cuidado sino del de mí mismo.

Me miró con benévola dulzura y yo me incliné ante su prudencia.
La que sólo sabe sopesar quien verdaderamente ha disfrutado de la vida.  




* Imagen: Obra de Mohammad Ali, 1530, Marruecos.


sábado, 16 de julio de 2011

Hamman de los mil rostros



La primera vez que me llevaste al hamman fue la extrañeza.

La cúpula de estrellas cegaba mis ojos.
Las sonrisas de los otros niños herían mi desnudez.
Descubrir es desconcertarse. Mi cuerpo fue más ausente
pero las miradas sencillas recrearon su presencia.

La primera vez que vertiste el agua sobre mi cabeza
lloré de perplejidad y de vergüenza.
Toda iniciación es también turbación
pues nadie nace hecho a lo inesperado
ni conoce el valor de las sensaciones.

Al diluirse el vapor aparecieron las moradoras envueltas
en edades y en cabellos y en pieles desplegadas al pudor
de la complicidad y de la observancia natural.
Me las presentaste una a una y al orgullo de ser madre
siguió la condescendencia de la acogida clamorosa.

Mundo de mil rostros de la mujer
donde los niños éramos vuestra prolongación.
Allí nos confirmasteis en la pureza de la ternura
antes que la sangre se desplegara por nuestras vísceras.  




* Imagen fotográfica de Shirin Neshat


martes, 12 de julio de 2011

Asra



No todos los días se descubren como vuelo de paloma.

Tu silencio me vence, tu silencio me desuella
y me vuelvo más frágil y no veo otro paisaje
que tu última imagen, querido mío, la de tu apartamiento.
Sueño entonces que cubro mi pasado y que soy
la nueva hija de todas las caligrafías que nos hacen renacer.

¿Qué nos ofrecerá el destino tras esta suerte
de acechanzas que aleja a los hombres de la tierra?
¿Qué nos reservarán las letras nuevas tras la muerte
de todo el alfabeto de la sangre?
¿Qué canciones inéditas saldrán de nuestras bocas
como desquite del tiempo extraviado?

No temas. Permaneceré oferente frente a la línea confusa
del horizonte para que, a tu regreso, seas el primero en verme.