¿Acaso el mundo no es sino la sombra de una nube que, no bien el hambriento de sombra la anhela, se disuelve…? (Ibn al-Mu'tazz)



lunes, 1 de noviembre de 2010

Casida Ya




En la frontera entre el desierto y el valle de las sombras

un hombre corpulento y respetable luce sus atributos de funcionario del visir.

Cuando llega una caravana elige varios viajeros al azar
y les conmina con un péndulo que hace rotar a sus pies.

Con la otra mano sujeta firmemente una larga cimitarra de pedrería
que más parece un símbolo de mando que un arma dispuesta a ser usada.
Impresiona su severidad y le llaman el cadí de la séptima puerta del desierto.

Apenas habla y no da razones pero muchos le temen.

Si el péndulo permanece inerte hace una señal al viajero para volver al grupo.
Si la gravitación del instrumento se agita en un radio amplio
separa al transeúnte y no le permite seguir su viaje.

Nadie sabe muy bien por qué aquella extraña acción
ni si detecta algo en la física de los cuerpos
ni qué destino les espera a los segregados.

A mi no me eligió. Tampoco tuve miedo cuando se plantó delante
y apretó el puño de la espada mirándome fijamente a los ojos.

Algo me dice que la luz de mis pupilas le desconcertó.
¿Vería en ellas la claridad y el brillo de tu imagen?

No sé si fue un hombre justo o sólo benevolente al eximirme de la sospecha.
Acaso recordara en ese instante que algún día lejano él fue también
un viajero impaciente y osado hacia la irrenunciable ciudad dorada.